Artículo del Sr. Aloysio Nunes Ferreira, Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil

 

El 7 de julio, la comunidad internacional dio un paso histórico con la adopción del texto del Tratado de las Naciones Unidas sobre la Prohibición de Armas Nucleares, después de un proceso negociador cuya convocatoria no habría sido posible sin el empeño de un grupo de países que Brasil tuvo el honor de integrar.

A esos países se unió la gran mayoría de los Estados miembros de las Naciones Unidas, que comprendió el sentido humanitario de la iniciativa y participó activamente en la conferencia negociadora con ánimo constructivo y responsabilidad, de modo que llenara una laguna jurídica inaceptable en el área de desarme.

Las otras armas de destrucción masiva – las químicas y bacteriológicas – ya habían sido prohibidas por instrumentos jurídicos, pero faltaba prohibir también las nucleares, únicas capaces de aniquilar la vida en el planeta. Esa laguna, que ahora empieza a ser superada, dejará finalmente de existir cuando el nuevo instrumento llegue a las 50 ratificaciones requeridas para su entrada en vigor.

El acuerdo fue una victoria de las Naciones Unidas y del multilateralismo, que consagran el entendimiento entre los Estados como la vía más adecuada y legítima para encontrar soluciones a los problemas globales. El instrumento se inspira en conferencias anteriores que ayudaron a despertar la consciencia de gobiernos y sociedades hacia los impactos de la detonación de un artefacto nuclear, cuya destrucción indiscriminada es incompatible con las reglas del derecho humanitario que regula la conducta en tiempos de guerra y con la propia dignidad humana.

A pesar de la resistencia de los países nuclearmente armados, fue posible adoptar un tratado que refleja la aspiración histórica y ampliamente mayoritaria de la comunidad internacional de prohibir la existencia de esas armas. Además, el nuevo tratado constituye un complemento importante al Artículo 6º del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), que estableció la obligación del desarme nuclear.

Ese paso inédito debe acreditarse a la persistencia de los que, en los últimos 70 años, mantuvieron encendida la esperanza de un mundo sin armas nucleares. Una coalición diversa y plural de gobiernos y actores de la sociedad civil que no se resignaron con la existencia de tales armas. Brasil tiene el orgullo de integrar esa coalición, incluso por fuerza de mandato constitucional. Por ello, aportó su contribución, ayudó a convocar la conferencia negociadora y emprendió esfuerzos para superar obstáculos que podrían poner en riesgo la iniciativa.

Hoy debemos celebrar esa victoria de la humanidad en búsqueda de un mundo libre de la insensatez representada por las armas nucleares. El momento es de alegría, pero no de autocomplacencias. Estamos conscientes de que hay un largo camino que recorrer hacia la universalización del tratado, lo que demandará un esfuerzo continuo de convencimiento.

La prohibición de armas nucleares, además de deber ético y moral, ayudará a deshacer la justificativa del mantenimiento de los actuales arsenales. Tiene, por lo tanto, un significado político claro al legitimar la lucha por el desarme, en particular en los países poseedores de este tipo de armas.

Eso significa un aliento en un mundo tan convulso y lleno de conflictos, demostrando que, con valor y buena voluntad, es posible construir un mundo mejor, más justo, racional y seguro para las actuales y las futuras generaciones.

 

 

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